jueves, 22 de octubre de 2009

El Boxeo

Qué bueno sería que el amor fuera como una pelea de box
y al terminar uno pudiera darle la mano al contrario,
abrazarlo y decirle “qué bien lo hiciste, eres bueno, me ganaste con justicia”;
que las peleas se pudieran pactar a doce rounds con descansos entre cada uno y siempre hubiera una cara amiga que nos de ánimos y nos cure las heridas;
que se pudiera descalificar al que de golpes bajos o pega por la espalda;
que el ganador pueda irse a casa, satisfecho, feliz por vencer y sin pena por el vencido.

Qué bueno sería poder entrenar durante meses antes de dar el corazón;
con un experto al lado que nos diga lo que hacemos mal;
y, de cuando en cuando, breves peleas de preparación antes del encuentro final;
que las heridas cicatricen dejando sólo un recuerdo y cuando por fin no se puede más
retirarse y ser recordado victorioso.

Qué bueno sería que el amor se pareciera al boxeo, pero el amor es así, cruel, doloroso,
no hay descanso en el combate y las heridas nunca terminan de sanar,
a veces duelen en las noches frías cuando los recuerdos se escurren debajo de la cama
y entre las sábanas.

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