Que el mundo es un lugar prodigioso lo sabes, lo delata el faro de tu mirada estrenando el paisaje que visitas, nuevo para todos por estar tú en él. Que a veces vivir es doler, quizá lo descubras tarde, ojalá muy tarde, pero hoy has venido a recordarnos que no es tan malo crecer.
Es verdad, el planeta que te regalamos no es el que soñamos para ti, pero en esa aventura estamos, tratando de iluminar un futuro diferente, que vendrá a verte cualquiera de estos días, para recordarte que una vez nosotros lo intentamos, porque de eso no dudes, nosotros lo intentamos. Y, créeme, merece la pena hacerlo. (De los fracasos se aprende, y el único error es no intentarlo)
Nosotros, hace tiempo fuimos como tú, y ahora al verte aprender el nombre de todas las cosas, arrancas las telarañas que cubrían las viejas estanterías donde guardábamos juguetes y sueños. Pero tú no serás como nosotros. Serás mejor, serás un gigante habitando una ciudad nueva, encaramada en las copas de los árboles de un bosque más verde que este que nos abriga.
Puede que un día las sombras alarguen sus dedos, te toquen y te sientas solo. Piensa que nosotros, alguna vez, también nos sentimos así, que sobrevivimos al tedio y al abandono gracias a que siempre hay alguien como tú, con quien compartir el vuelo y emborracharse de risa y luz. Y así sabrás que nunca estarás solo, porque aunque no estemos, allí estaremos.
Todos perdimos el tiempo y la razón alguna vez y sí, a veces da la sensación de que estar vivo, es algo así como estar asustado, pero el reto es sostenerle la mirada al miedo y saber sonreír con complacencia mirándolo de reojo cuando aprendemos a torcerle el brazo y lo dejamos atrás. Verás que pocas cosas son irreparables.
Los recuerdos a veces parecen echar sal en las heridas, incluso los buenos recuerdos. Porque indiscretos nos señalan la fugacidad de las cosas y nos hacen caer en la cuenta de que, aunque ahora seamos mejores, somos otros, de que algunas experiencias son como un relámpago que ilumina brevemente la noche, como una ráfaga de viento que trae olor a mar o hierbabuena. Momentos luminosos y azules como un cielo de verano que finalmente serán víctimas de la voracidad de los relojes, de la velocidad que imponen estos tiempos.
Pero de repente apareciste tú y entonces el recuerdo dejó de doler. Porque todo cobró sentido. El mundo amanecía en ti y nosotros despertábamos.
No sé qué decirte. Nunca fui buena para dar consejos. Y aunque la edad lo exige, creo que nunca dejé de ser una niña. No sé. Estoy deseando que vayamos al cine juntos. Del amor hablamos otro día que a veces hacemos demasiada literatura al respecto y nos olvidamos de lo importante y además hay cosas que ni se hablan, ni se cantan. Se viven. Y nuestra obligación es acordarnos de hacerlo. Acordarse de vivir, digo. Así que manos a la obra.-
[I.S.]